Recuerdos
de mi infancia.
Sabía que odiaría una parte de mi
vida, pero no quise y nunca pensé que fuera mi infancia, pero en realidad es así,
recuerdo que de niño tuve escasos momentos de felicidad, odiaba la navidad, el día
de reyes, mi cumpleaños, y cuando un niño odia estos días que debería ser
gratos para él, es cuando empiezas a meditar en que, y porque de esto.
por
desgracia esta vida no me había dado solo momentos de color rosa.
Recuerdo Odiar la navidad, el día
de reyes y mi cumpleaños porque me recordaban lo desgraciado que era, en ese
momento no lo veía de esa manera, solo me preguntaba porque nunca tuve un
obsequio bajo mi árbol de navidad o peor aún, porque nunca hubo árbol alguno en
mi casa.
Odiaba
porque no tenía respuesta la carta de día de reyes que escribía con inocencia y
con anhelo, incitado por mis primos a escribirla, recuerdo ver como los demás
niños jugaban con sus obsequios al día siguiente de navidad o de reyes, y yo,
sólo trataba de demostrar que no me importaba, aunque en el interior hubiera deseado
ser yo el de los juguetes, muchos de ellos eran pobres como yo, pero ¿Por qué
a ellos si les había visitado Santa Claus y los reyes? ¿Acaso yo me había
portado mal? ahora entiendo que no, solo
que yo y mis hermanos teníamos un padre que en vez de comprarle un obsequio a
sus hijos prefería gastarlo en sus garrafas de pulque.
maldita
suerte la mía!
Entonces, metía mis pies en el agua
de la regadera.
pero aun cuando odiaba estos días también
eran momentos un poco gratos para mis hermanos y para mi, gracias a mi madre,
porque gracias a que le conocía mucha gente, no faltaba alguien quien nos
obsequiase algún juguete.
Y la navidad, entonces nos devolvía
algo, nos agradaba ver esas luces de colores, las escarchas, esas luces de los fuegos
pirotécnicos, de las cebollitas, de las chispitas, de las velitas derritiéndose
en nuestras manos, ver el arrullamiento de los niñitos dioses, los pozoles, el
ponche, me gustaba el 24 de diciembre porque si bien algunos disfrutaban de su
cena en sus casas, mi madre y mis hermanos asistíamos a la posada de la señora
Sele, donde era seguro obtener más de 20 a 30 bolsas de aguinaldos. ¡Claro! si es que uno se ponía aguzado, y entonces de
regreso nos veíamos caminando en medio de la oscuridad cada uno con su gran
bolsa llena de dulces, galletas, buñuelos, con un gran plato de pozoles y un
vaso de ponche.
Esas noches nunca nos acompañó
nuestro padre porque de seguro se había quedado para embriagarse en la casa.