- Lupe! ¿Cómo estas Lupe?
- bien
- Ya te venimos a molestar, perdón por estas altas horas de la noche
- No te preocupes, pásale pues. ¿A que debo su visita? Que ya casi
naide me viene a ver.
Aquel hombre con aspecto miserable yacía sentado en un sillón color rojo
de terciopelo, desgastado por el uso, todo descolorido, con manchas de mugre
por todos lados, cuando vino venir los visitantes, se levantó y se ergio lo más
que pudo, encorvado, tomó una muleta con la mano y luego la otra, las coloco bajó
sus hombros y se irguió en ellas.
- Pero no te pares Lupe, siéntate. se escuchó decir en tono de
súplica.
Pero no entendió, quería levantarse, estar de pie, se le veía
insistente, aún con el esfuerzo que se le veía hacer, a pesar de la enfermedad,
parecía querer demostrar que él era aún el quien estaba al frente de la humilde
casa.
La enfermedad lo hacía ver encorvado, con unos ojos y mirada que
casi nunca se separaban del suelo, más aún, su facha, era más marcada con la
chamarra de mezclilla con forro en el interior de lana de borrego, que parecía
ya no quedarle, por las múltiples tallas pérdidas, el pantalón color caqui que vestía se
sostenía a su delgada cintura con un cinturón de piel, color negro al cual ya
le habían agujereado más hoyos de los que poseía en un principio, eran más hoyos
que cinturón.
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