viernes, 11 de agosto de 2023

Voces del Mezquital - La muerte de Audelino

 

YA TENGO 8 MECES AQUÍ, y las mariposas no aparecen. Me digo que no aparecerán porque ya no es tiempo, tenían que aparecer en primavera, despuesito que todo floreciera, antes que los aguaceros cayeran, reblandeciendo la tierra, dejando su jugo en el valle, pintando el mezquital de verde, así como lo recuerdo en mi niñez, pero no, no aparecieron, ni las lluvias, ni las flores, y es por eso que las mariposas no llegaron.

 

Ya tengo 8 meces aquí, y lo recuerdo bien porque mi llegada coincidió con el entierro de don Audelino.

 

Era un 12 de marzo cuando había llegado de la capital y caminaba las veredas que conducen a distintos lugares, por entre los matorrales, magueyes y de más.

 

¡Era hermoso! Escuchando nada más que el viento que surca los campos áridos, y rara vez, una canción a la distancia.

 

No lo sé, era como un déjà vu, pero cada que me reencontraba con mi pueblo, parecía reencontrarme y escuchar en voz alta mis propios pensamientos.

 

Miraba a lo legos el humo que salía de las casas de adobe, piedra y penca donde posiblemente en el fogón yacía una gran olla de café, sostenida en dos barras de metal puestas sobre dos grandes piedras, así lo recordaba. Posiblemente en una de esas casas mi abuela reblandeciendo un pedazo de bolillo seco en las brasas del fogón.

 

Y caminaba, y a la vez pensaba.

 

Yo venía entonces de la ciudad, donde la modernidad se había tragado todo, pero aquí no, miraba esa neblina que siempre bestia de inocente blanco cubriendo el mezquital, y más allá las molenderas que regresaban por entre el camino donde las piedras ruedan entre sus pies descalzos, y el alba moría lentamente con los primeros rayos de sol a sus espaldas.

 

Aquí la modernidad no existía,  no se tragaba nada, el sol era lo que se comía todo,  la tierra,  las plantas, el aire y la piel del campesino.

 

Recordaba viendo esa neblina que cubría todo el mezquital, eso me traen buenos recuerdo. Me decía mi abuela “No se olvide de mí, de su pueblo, de su gente, regrese, regrese cuando pueda”

 

Y estaba de más que lo dijera, en la ciudad solo anhelaba regresar, regresar a mi pueblo, a mi gente, a sus colores, sus olores y sabores,  había aprendido amar ese lugar con los ojos del alma y era algo que jamás me lo arrancaría del corazón.

 

Entonces, esa neblina dejaba solo ver las siluetas borrosas de los magueyes y mezquites, que yacían entre los matorrales.

 

Recordaba mi tierra, esa tierra que olía, y como tanto me decía mi abuela que nunca le olvidara.

 

¡Por allá!, en mi pueblito.

 

Entre campos áridos, entre cardones, mezquites,

magueyes y demás.

¡Por allá!, entre el olor del pulque y el humo del fogón.

¡Por allá!, entre el olor de la olla de café y del pan seco reblandecido entre las cenizas y brazas.

¡Por allá!, entre las risas descaradas del viejo guarro, por entre las milpas desgarradas de colores agrios.

¡Por allá!, donde se huele la tierra seca,

¡Por allá!, entre el aroma a tierra mojada por la lluvia.

 

<<Y sí, así fue, muchas fueron las veces que regrese para caminar por el monte de mi pueblo, siempre pensando en mariposas; me decía; quizás yo soy el único que ve lo bello de esta tierra descarnada y seca.>>

 

Seguía caminando, y a lo lejos cuetes que irrumpen, dirigiéndose al nublado cielo, con estruendoso trueno la soledad que imperaba queda irrumpida.

 

Esa tranquilidad de la cual disfrutaba se vio mermada.

 

Al llegar a la cima, desde la loma, se mira que no son cuetes de fiesta, entonces a lo lejos, por el camino de terrecería alcanzo a divisar una procesión de un muerto.

 

Es raro que a un muerto se le lleve a enterrar con cuetes en el cielo, bueno, quizás así lo decidió el difunto, ¡va! uno quien es pá cuestionar esos asuntos – pensaba al avanzar por la orilla del camino.

 

Desde donde me hallo se ve un remolque tirado por un burro, a la vez el burro es arreado por una mujer encorvada vestida de negro de los pies a la cabeza, posiblemente era la viuda. en el remolque una caja de muerto con una corona de flores y por lo que alcanzo a divisar, es el único arreglo floral del difunto, una banda pueblera, conformada por tres tipos le siguen, uno con tuba, el otro con guitarra y uno más con acordeón, detrás de ellos no más de 8 personas, ¡Todo el pueblo, creo!. La mayoría de ellos ya mayores de edad, puesto que los más jóvenes han emigrado pal norte o pá la ciudad.

 

-  Mi dejaste maldito viejo, mi dejaste, si habíamos quedado que nos iríamos juntos, juntos como muéganos y si juera posible en el mismo cajón, esa era tu promesa ¿Hora que voy hacer sin ti?  Si no mi muero de enfermedad, mi muero de tristeza, mi dejaste, mi viejito chulo.

Se escuchó decir, entre sollozos.

 

-  ¡Hora! ¡Hora! Camina, maldito animal, burro, burro como tú dueño que llevas como bulto.

 

Grito la mujer al arrear el animal, golpeándolo con furia con un pedazo de cincho que traía en una de las manos, desquitando con esa acción su dolor con jumento.

 

Al acercarme más, pude darme cuenta que era la mujer de don Audelino, doña Lazara, al pasar frente a mí le saludé, pero no respondió, haciéndole honor a su apodo "doña mala". El muertito, era don Audelino, el tlachiquero del pueblo, su féretro, era de madera cruda, sin trabajar ni nada, se veía áspera, tosca, pintada de color negro mate, de la cual solo resaltaba algunos clavos de color gris plateado, que sostenían unidas las maderas del féretro.

 

La cajita modesta, pobrecita como la vida que vivió el viejo, posiblemente se la había hecho el carpintero del pueblo, y hasta puedo asegurar que la construyo con los materiales más baratos o retazos de madera que tenía derrumbados por ahí, y es que los viejos no eran de muchos centavos, y tal vez no le alcanzaba a doña mala para ese estuche pá ricos, como se lo escuché decir en algún momento.

 

Cuando pasaban frente a mí, entonces centre mi atención en los integrantes de la banda, el que toca la guitarra se ve viejo y muy cansado, sus zapatos se miran rotos y degastados, pero es el único de los tres  que usa zapato cerrado, los otros dos traen guarache cruzado que con el polvoriento camino ha dejado los dedos de sus pies blancos y cuarteados,  pero lo que más llama mi atención y hace denotar su miseria son sus trajes, los pantalones  de color azul rey y sus chaquetas rojas se miran desgastadas y descoloridas por el sol, atrás en sus espaldas una leyenda se puede leer “Los caminante”.

 

-  ¿En que está pensando? ¡Ni me escucha!  Le estoy hable y hable y ni me pela.

 

Escuche decir de don Chon, tío de Lupe con quien mi abuela es comadre.

 

-  Discúlpeme don Chon, ¿dígame usted?

-  ¡Vámonos!

 

El último de la procesión en su andar igual me dirige la palabra. Es don Epifanio.

 

<<El viejo encorvado por la edad y con bastón, pero a pesar de ello, y con su edad siempre se lo mira salir de su casita, muy temprano pá la tienda, "pá echarse una su cahuama".>>

 

-  Haxa juä 

-  Buenas días jefe, ¿como esta? - Le contesto

 

<<Me acerco a él, le saludo y le beso la mano, es una acción que en el pueblo es muy frecuente ver, es una acción de respeto pá los viejos, pero que con el tiempo ese respeto se ha ido perdiendo al igual que la tradición. >>

 

-  yo estoy bien, bien en lo que cabe, bueno, al menos dios nos ha dado licencia pá llegar hasta el día de hoy. - siguió caminando y a unos escasos metros se para, voltea la mirada y menciona.

 

-  ¡Hora!  Que no vas? vamos a acompañar a don Audelino que acaba de morir.

 

Con el bordón en la mano reafirma la invitación.

 

-  No don Epifanio, tengo que terminar de llegar a su pobre casa, tengo que llegar con mi abuela. le respondo.

-  Que me perdone don Audelino y doña mala, pero no voy a poder acompañarles.

-  Bueno ay será pala otra - Escucho mencionar entre risas a don Chon.

-  ¡Va, pá la otra! ¡Va! Como si nos muriéramos dos veces.

 

Pá la otra.

 

Mientras el féretro seguía su andar, don Epifanio quien se había quedado unos pasos por hacerme la invitación, enseguida camino, pues se había quedado muy atrás.

 

-   Bueno, luego nos miramos, me voy, me voy si no me dejan.

 

Retomo su camino y escuchándole decir, murmurando entre dientes, riendo disimuladamente.

 

Bueno, tal vez en el próximo entierro, del próximo difunto, espero no sea yo. Menciono, dejando soltar una gran carcajada.. 

 

Ellos dirigiéndose al cementerio, y yo a mi casa,  ambos dándonos la espalda. Camine, camine pensando en aquel viejo que en vida olía agrio, agrio como él pulque que vendía y el cual muchas veces entre las borracheras había fungido como confesor de nuestros sentires,  de aquel elixir que por sus cualidades creíamos tenía la facultad para otorgar la absolución de nuestros pecados.

 

De repente detuve mis pasos, sentí nostalgia por el difunto, miré a mi alrededor, y en ese lugar tan desolado, por alguna extraña razón en ese preciso instante, sentí un frío helado recorrer mi cuerpo, sentí el peso de mi andar, la obligación de acompañar con aquel viejo fue más grande,

 

Era un día nublado, y entonces eche marcha atrás para alcanzar al cortejo fúnebre, quería no ir, pero al final era mi amigo.

 

Apresure mis pasos para emparejarme con ellos.

 

Un viento efímero llego del norte arrebatándome el sombrero de Palma, de ala corta que llevaba en mi cabeza, el sombrero voló y rodó hasta terminar enfrente de las patas del burro que arrastraba el féretro, la prospección se detuvo y la banda pueblerina cayó su música.

 

Todo quedó en silencio, el jumento agacho la cabeza, tomando el sombrero con el hocico masticándolo enseguida.

 

-     ¡Burro tonto!  Se escuchó decir de doña mala

 

El animal tenía hambre, se miraba en su complexión casi esquelética.

 

-     ¿Y entonces, te has animado a acompañarle?  Preguntó don Epifanía

 

No dije nada, solo acerté con la cabeza

 

Me acerqué a doña mala quien ya alistaba el cincho para darle al animal

 

-     No haga eso doña mala, no es culpa del animal, don Audelino lo ha detenido, él le ha puesto el sombreo en el hocico, miro que venía yo atrás y se detuvo pá que lo alcanzara, él ha querido así, él quiere que lo acompañe.

 

Solo ha de lamentar no haberse ido en un día soleado, así como en tantas veces me lo dijo.

 

La mano que sostenía el cincho disminuyó la fuerza con la que era apretado, cediendo y cayendo la punta del mismo hasta terminar a un costado de la rodilla de la viuda. Se escuchó el gran silencio en el valle, solo el viento seco se escuchaba y sentía en la cara, el silencio hacía más visible la ausencia de don Audelino.

 

El burro dejó caer de su hocico el sombrero que masticaba, se había quedado inmóvil y con cautela y respeto me dirigí a recogerlo, cuando me agache doña mala mencionó.

 

-     Si, ya sentía su muerte, y me lo dijo munchas veces, me decía ya borracho hay mi Mala, "Solo estoy esperando que se acabe la flamita de mi vela, ya casi es mi hora", pero no le creía, pensaba que me lo decía por los pulques que se echaba.

 

Levantando su reboso negro y se miró las lágrimas recorriendo sus mejillas, unas mejillas arrugadas, ennegrecidas por el sol.

 

Me puse el sombrero aun cuando esté estaba babeado por la peripecia del animal.

 

Yo no sabía más que decir en ese instante. 

 

-     ¿Entonces te lo dijo? Artículo la pregunta, con una voz entre cortada, pasándose un gran trago de saliva

 

-     ¿Que doña mala?

-     Que odiaba los días grises.

-     Si, era algo en el que ambos coincidíamos, los días nublados son tristes

-     ¿Entonces conocías mi Audelino?

-     Si, y lo estimaba al viejo.

 

Seco sus lágrimas de sus ojos y mejillas, exhalo con gran fuerza dejando salir el aire de sus pulmones en forma de  suspiro.

 

-     Pero que le vamos hacer, ya se nos adelantó.

 

¡Hora! Anda burro

 

Al escuchar esto el animal y sin golpe alguno retomó su andar.

 

Continuamos así el camino de terracería, hasta que el viejo Epifanío que iba a un lado de mí, para quebrar el gran silencio le escuché decir

 

¡Se ve que va llover!  Bueno, será bueno pá la milpa…

 

Yo entré mí mismo esperaba que fuera así, y camine con esa idea en la cabeza, tenía la certeza que si llovía el mezquital se iba llenar de verde con muchas flores y de miles de mariposas de colores, había venido para eso, pá casar mariposas como cuando niño. Pero pensaba en la última vez que les vi en el campo, ya eran muchos años y nada, y eso era por las sequías en el mezquital.

 

mmm! fue aquella vez que se cubrió la tierra de rojizo, la última vez que les mire en todo el valle...


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